La sequía (que apenas comienza) era un hecho previsible, y hace
tiempo sabíamos cómo evitar las catástrofes ambientales. Pero se ha
hecho poco porque el problema no es simplemente climático: es un
problema político.
Según el IDEAM,
la sequía que estamos padeciendo se prolongará hasta marzo o abril del
año entrante y es consecuencia del fenómeno de “El niño”, que se
encuentra en su fase inicial pero ya ha producido daños graves,
especialmente en la costa caribe.
Según distintas fuentes,
han muerto 15.000 reses en la Guajira y otras 32.000 en los demás
departamentos de la costa. En la Mesa de los Santos se asfixiaron un
millón de pollos y se han declarado 642 incendios forestales. Y estos
daños ocurren cuando apenas comienza la sequía.
Pero el problema no está en el fenómeno climático en sí mismo, como
afirman el presidente Santos y el alto gobierno. “El niño” viene siendo
observado desde la época de la Conquista española y se ha estudiado
desde por lo menos los comienzos del siglo XX, de modo que hay
constancia de su incidencia en varias ocasiones a lo largo de ese siglo.
Soluciones simplistas
Lo que hace devastadora esta nueva aparición de “El niño” es la
vulnerabilidad creciente del territorio colombiano, resultante de la
deforestación, desecación y contaminación de los ecosistemas que han
acompañado al modelo de explotación económica y ocupación del
territorio, modelo que además han reforzado las políticas oficiales,
particularmente en los últimos gobiernos. Leer más
Día mundial del Medio Ambiente: el agua en Colombia
Para conmemorar el día mundial del medio ambiente le recordamos el estado del agua en el país.
Esta
semana, del 4 al 7 de abril, Corferias será el hogar de la Feria
internacional del Medio Ambiente 2014 (Fima), la feria medioambiental
más importante de Latinoamérica. Dentro de la agenda de la feria hay
numerosos eventos que llegan como grandes novedades para Colombia como:
el primer #GreenSocialMedia Day, que tendrá lugar el 7 de junio, el
lanzamiento de las estrategias de manejo de aguas y residuos de varias
compañías y charlas con especialistas como Jan Van Overeen que hablará
sobre el anejo de Costas.
El tema central, sin embargo, será la puesta en marcha de un nuevo
Programa Nacional de Cultura del Agua que busca fortalecer la
gobernanza sobre este recurso, promoviendo nuevos hábitos en el
aprovechamiento y la participación social.
Este es uno de los primeros programas desarrollados en Suramérica y
busca promover un cambio cultural en el uso y aprovechamiento del
recurso hídrico.
La ministra de Ambiente y Desarrollo Sostenible, luz Helena
Sarmiento, manifestó que las juventudes en Colombia están llamadas a ser
las garantes del agua y el cuidado del recurso "convirtiéndose en
veedores y guardianes de los recursos en las diferentes zonas del
territorio nacional".
Colombia tiene como reto entrar a la OCDE, donde el crecimiento
verde como apuesta del país depende del recurso hídrico, en temas tan
prioritarios como el transporte por el río Magdalena, la generación
energética a partir del recurso hídrico que representa el 64 por ciento
del total nacional.
Así mismo, Más de la mitad de toda el agua consumida en Colombia se
destina al uso agrícola. Mejores prácticas agropecuarias, incentivos a
la reconversión ganadera, sistemas silvopastoriles y mejoras en la
tecnología, impulsan a la industria, propietarios privados y sistemas
agrícolas a mejorar sus prácticas empresariales y a disminuir su huella
hídrica. LEER MÁS
Entrevista con la presidenta del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), Yolanda Kakabadse.
Por: LAURA BETANCUR ALARCÓN
Tres señales alrededor del mundo convencen a Yolanda Kakabadse de que salvar al planeta depende de cada persona.
Escuchó hace poco al papa Francisco
refiriéndose a que desperdiciar comida es robarle a los pobres, recordó
también la disposición de Li Keqiang, primer ministro chino, de castigar
a quien bote comida y hace poco encontró en un hotel en Suiza un aviso
que advertía que los alimentos del bufé dejados en el plato serían
cobrados.
“Necesitamos cambiar los pequeños hábitos. Al
ritmo que vamos en niveles de consumo en todo el mundo, estamos
destruyendo el planeta”, sentenció, y recordó que un tercio de la comida
que se produce es desperdiciada.
La alimentación, el agua y la energía son los
tres focos de trabajo del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus
siglas en inglés), la organización no gubernamental más grande en
conservación y cuidado del medioambiente del mundo, y de la que es
presidenta desde hace cuatro años.
A pesar de los retos, la experta ecuatoriana se muestra optimista frente al potencial del continente.
“No tenemos que barrer con nuestro territorio y
destruir la biodiversidad, porque ahí hay otro potencial económico”,
aseguró, en una conversación con EL TIEMPO.
Kakabadse, quien también se desempeñó como
Ministra de Ambiente de Ecuador y presidenta de la Unión Mundial para la
Conservación de la Naturaleza (Uicn), opinó sobre las políticas
regionales y el compromiso compartido de conservar la Amazonia.
En varias oportunidades ha hablado
sobre la responsabilidad de los políticos con el medioambiente. ¿Qué tan
dispuestos a defenderlo y gestionar recursos para su protección están
los gobiernos latinoamericanos?
Hay un abanico de proyectos: desde los que son
puro discurso a aquellos que sí son concretos. Hay gobiernos que
realmente han asumido la conservación, que ahora se promueve como parte
del desarrollo.
Pero en general, se ve que hay más presión
social hacia los representantes políticos, para que vayan más allá de
las promesas y cumplan.
Por ejemplo Costa Rica, desde hace 20 años,
decidió que la conservación iba a hacer el principal atractivo del país,
y desarrolló todo un proceso de ecoturismo que se convirtió en su marca
nacional.
Sin embargo, creo que lo más importante que se
ha realizado en los últimos 20 años es la acción de los gobiernos
locales, que están tomando el manejo de sus recursos naturales.
Colombia, Brasil, Bolivia, Perú y
Ecuador comparten entre sí uno de los ecosistemas más claves para el
planeta. ¿Cómo percibe el trabajo conjunto por la Amazonia?
Creo que estamos en una situación de riesgo.
Muchos ciudadanos todavía no caen en cuenta de que en el momento en que
desaparece un ecosistema o que se debilitan sus funciones, es el ser
humano el que está en peligro. Si no hay agua, no hay ser humano.
Tampoco va a haber seguridad alimentaria y las comunidades más
vulnerables serán las más afectadas.
Entre las naciones andino-amazónicas hay una
responsabilidad enorme. El gran tema es que si se tienen unas políticas
públicas en Colombia que contradicen totalmente las de Brasil o Ecuador,
va a haber afectaciones.
El ecosistema no reconoce las fronteras. Hay
que trabajar en una visión común. No se necesitan tomar grandes medidas
de política pública regional, porque es complicado, sino compartir la
visión.
El crecimiento de las economías
latinoamericanas lo ha impulsado en gran parte las industrias
extractivas y minero-energéticas, ¿cómo apostarle a ellas sin que el
costo sea letal para los territorios?
El tema no es si se hace o no explotación. La
extracción de petróleo y de mineral es clave para las industrias y se
está dando en lugares frágiles. Hay que decidir en dónde conviene
extraer para que no afecte a los recursos naturales renovables, que son
básicamente agua y biodiversidad. Y ese potencial sí existe en América
Latina. No tenemos que barrer con nuestro territorio y destruir los
ecosistemas, porque ahí hay otro potencial económico.
De qué sirve tener grandes ganancias por la
extracción minera si la población no tiene qué comer. Porque el dinero
ganado con esta actividad va a servir para importar durante un tiempo la
comida, pero luego qué pasa. Nos quedaríamos sin pan y pedazo.
Hay que trabajar con los que deciden la
política pública para que haya una planificación del uso del suelo, y en
eso estamos débiles en todos los países de la región.
Eso será clave para ecosistemas como los
páramos. Los hemos agredido, sin reconocer que son las fábricas de agua
más importantes. Tenemos que reparar el daño que le hemos hecho y
legislar para protegerlos, y recuperar esos suelos.
Desde este panorama, ¿cómo replantear el modelo energético?
América Latina tiene que dar un paso a las
energías renovables, porque el potencial de estas es extremadamente
grande. Ya no se pueden utilizar los argumentos del pasado de decir que
es más costoso, que no puede hacerse a gran escala o que es difícil
conectarlas a los sistemas nacionales. Ya las tecnologías han avanzado.
Esos son mitos que se argüían en la década
pasada, pero ahora el inversor de energía no tiene argumentos para decir
que debe seguir con los fósiles. Si seguimos con el mismo ritmo de este
tipo de energías, estamos cavando nuestra propia tumba. Ya hay algunas
iniciativas, en Chile con un megaproyecto de energía solar y en
Venezuela otro grande de energía eólica.
Hace poco publicaron un informe que
documenta distintos casos de conflictividad ambiental. ¿Cómo evalúa la
manera como se están dando y solucionando estos conflictos en el
continente?
Estoy absolutamente convencida de que en
Latinoamérica somos maestros para crear problemas y un desastre para
enmendarlos. Y no siempre se trata de solucionarlos, hay algunos que
necesitan entenderse. Muchas veces estos conflictos surgen por abuso de
poder, por las ambiciones ilimitadas a sacar el máximo provecho de los
recursos, sin considerar la responsabilidad con las próximas
generaciones.
Tenemos que entender cuáles son las
condiciones que generan conflicto y empezar a trabajar cuando sale el
humo, no cuando ya hay fuego. Así es más costoso y difícil. El liderazgo
no es solo del gobierno, sino que también está en la comunidad
indígena, en los representantes locales. Hay que entender que es una
tarea de todos. La médula de ese entendimiento es el diálogo.
El Fondo Mundial para la Naturaleza es
una de las organizaciones no gubernamentales con mayor presencia en el
mundo. En un rastreo global, ¿cuáles son los puntos y sectores más
críticos?
Una de las grandes amenazas es la
sobreexplotación de pesca. Pero también se ve un vínculo entre los
productores y los consumidores. Cada vez el mercado les exige a las
industrias que sus productos hayan pasado por procesos certificados. Los
consumidores exigen que se haga bajo principios sustentables la pesca,
la extracción de madera, la ganadería.
Con expectativa se esperan las cumbres
para hablar de cambio climático, se presentan informes que alarman,
pero en ocasiones pocos son los cambios que perciben los ciudadanos, ¿en
qué se está fallando?
Cada una de las conferencias tiene
expectativas particulares. Creo que no en todas se ha avanzado, porque
en su interior se han infiltrado intereses de tipo político, tanto
partidistas como económicos, que no permiten que se avance de la manera
que quisiéramos.
Lo que creo es que la población sí le está
diciendo a sus dirigentes que no sean irresponsables, y eso es
importante, porque son los ciudadanos los que votan, los que legitiman a
los gobiernos.
Sin embargo, muchas veces no somos justos en
reconocer los logros. Por ejemplo, en Estados Unidos la legislación
nacional ha sido muy lenta, pero en el nivel provincial como en
California y en el noreste se han logrado grandes cambios, incluso tan
valiosos como si los hubiera acogido todo el país.
Ya lleva más de tres décadas en el trabajo ambiental. ¿Qué ha cambiado del activismo de los años 70 al siglo XXI?
Hacia finales de 1970 no había ninguna
conciencia de conservación, ahí íbamos a las raíces de los problemas a
poner en evidencia delante de los gobiernos la importancia de regular
los agroquímicos, por ejemplo. Ahora, construimos alianzas con privados y
gobiernos, aprendemos de otras experiencias globales.
Aprender del planeta en historia y geografía
Yolanda Kakabadse, presidenta del Fondo
Mundial para la Naturaleza, aseguró que los cambios individuales también
dependen de la educación ambiental. Para ella, esta depende tanto de
las políticas públicas como del día a día en clase. “Ya se ve en muchos
colegios y escuelas que maestros empiezan a generar el interés por el
cuidado del planeta”. Sin embargo, advierte que la educación ambiental
no se debe entender como una materia separada, sino como parte de
geografía, de historia, de castellano. “¿Por qué tenemos que aprender el
sujeto y el predicado con una frase como la ‘casa es verde’, si podemos
decir ‘la mantarraya es una animal propio de la Amazonia’ ”,
ejemplarizó la experta.
Numerosos analistas han presentado en días pasados lo que
consideran un desplome del nivel que tenía el país en el índice de
desempeño ambiental, conocido como EPI por sus siglas en inglés,
trabajado por las universidades de Yale y Columbia.
Es un hecho que Colombia pasó del segundo al
decimocuarto puesto a nivel regional y que ocupamos un bajísimo lugar en
cinco de los nueves indicadores temáticos. En el nivel mundial, hoy
estamos de 85 entre 176 países, sin que ninguno de los presuntos
responsables algo hayan dicho. Se entiende, estamos en época
preelectoral…
Con todo, una revisión fría del indicador nos lleva a
afirmar que no se trató de un “desplome” sino de un “sinceramiento”. La
aplicación del conjunto del índice entre 2008 y 2014 no sería
comparable, aunque sí lo serían algunos indicadores individuales.
La
cruda realidad de la medición es que en temas de gestión climática y de
energía estamos mal. El indicador de cobertura forestal, que antes sólo
medía la cantidad absoluta y hoy mide la relación entre bosque y agua,
nos hizo descender abruptamente. Si el índice de 2008 nos situaba muy
alto por la parte limpia de nuestro país —una proporción todavía alta
del territorio cubierto de ecosistemas naturales—, el índice de 2014
muestra que en la parte más habitada de nuestro territorio venimos
creado un ambiente sucio.
Los nuevos indicadores relacionados
demuestran un bajo lugar en impactos ambientales sobre la salud humana,
la calidad del aire, el agua potable y el saneamiento básico.
Solamente
superamos a algunos países de la región en el manejo de pesquerías
marinas. Hay que señalar que el EPI no da peso a las pesquerías
continentales, lo cual nos “favorece” frente a la operación estadística,
pues el Instituto Humboldt viene ilustrando científicamente el proceso
de colapso de los recursos hidrobiológicos continentales, con el riesgo
de extinción avanzado de algunas especies. Así, un puesto relativamente
más alto que algunos países de la región no es síntoma halagüeño, pues
en muchos casos el índice sólo refleja la existencia del atributo y no
la gestión del mismo.
Seguimos altos en el tema de bosques, porque
todavía por fortuna hay muchos, no necesariamente porque tengamos una
gestión eficiente. Sigue la deforestación y no hemos adoptado una
policía forestal. Igual podríamos decir del índice de biodiversidad,
principalmente centrado en las áreas protegidas. Así las cosas, el
mejoramiento de la información y el refinamiento del índice para abarcar
más temas no es en sí mismo un colapso en la gestión ambiental, sino un
sinceramiento de cosas que ya venían mal. En realidad, bien leído,
indica que nunca las cosas estuvieron tan bien como antes lo sugería.
La
propuesta es tomar el EPI como indicador general para compararnos. Que
sea un tema de opinión, y de rendición de cuentas, más allá de la fácil y
devaluada retórica ambiental. Un índice que agrupa atributos a nivel
nacional, sin embargo, no debería ser la única fuente de seguimiento,
pues nuestro país todavía tiene situaciones contrastantes: por un lado,
contamos con algunas de las áreas naturales más extensas y diversas del
mundo, y por el otro, tenemos un territorio habitado que ostenta ya una
enorme huella ecológica acumulada. El problema no es el presunto
desplome, sino la trayectoria que hemos tomado, que primero produce
crisis en lo local, antes de llegar al índice de las prestigiosas
universidades.
Para la prosperidad y la paz para todos, hay
evidencia suficiente de que es necesario contar con el potencial y la
fragilidad ambiental del país. Una reflexión para este 2014, cuando
celebramos 20 años de la creación del Sistema Nacional Ambiental, con la
promesa no cumplida de revisar la institucionalidad ambiental, en
particular la reforma de las CAR. Así, el verdadero desplome ambiental
podría venir de la reedición de la misma política en el período
presidencial que viene.