Entrevista con la presidenta del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), Yolanda Kakabadse.
Por: LAURA BETANCUR ALARCÓN
Tres señales alrededor del mundo convencen a Yolanda Kakabadse de que salvar al planeta depende de cada persona.
Escuchó hace poco al papa Francisco
refiriéndose a que desperdiciar comida es robarle a los pobres, recordó
también la disposición de Li Keqiang, primer ministro chino, de castigar
a quien bote comida y hace poco encontró en un hotel en Suiza un aviso
que advertía que los alimentos del bufé dejados en el plato serían
cobrados.
“Necesitamos cambiar los pequeños hábitos. Al
ritmo que vamos en niveles de consumo en todo el mundo, estamos
destruyendo el planeta”, sentenció, y recordó que un tercio de la comida
que se produce es desperdiciada.
La alimentación, el agua y la energía son los
tres focos de trabajo del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus
siglas en inglés), la organización no gubernamental más grande en
conservación y cuidado del medioambiente del mundo, y de la que es
presidenta desde hace cuatro años.
A pesar de los retos, la experta ecuatoriana se muestra optimista frente al potencial del continente.
“No tenemos que barrer con nuestro territorio y
destruir la biodiversidad, porque ahí hay otro potencial económico”,
aseguró, en una conversación con EL TIEMPO.
Kakabadse, quien también se desempeñó como
Ministra de Ambiente de Ecuador y presidenta de la Unión Mundial para la
Conservación de la Naturaleza (Uicn), opinó sobre las políticas
regionales y el compromiso compartido de conservar la Amazonia.
En varias oportunidades ha hablado
sobre la responsabilidad de los políticos con el medioambiente. ¿Qué tan
dispuestos a defenderlo y gestionar recursos para su protección están
los gobiernos latinoamericanos?
Hay un abanico de proyectos: desde los que son
puro discurso a aquellos que sí son concretos. Hay gobiernos que
realmente han asumido la conservación, que ahora se promueve como parte
del desarrollo.
Pero en general, se ve que hay más presión
social hacia los representantes políticos, para que vayan más allá de
las promesas y cumplan.
Por ejemplo Costa Rica, desde hace 20 años,
decidió que la conservación iba a hacer el principal atractivo del país,
y desarrolló todo un proceso de ecoturismo que se convirtió en su marca
nacional.
Sin embargo, creo que lo más importante que se
ha realizado en los últimos 20 años es la acción de los gobiernos
locales, que están tomando el manejo de sus recursos naturales.
Colombia, Brasil, Bolivia, Perú y
Ecuador comparten entre sí uno de los ecosistemas más claves para el
planeta. ¿Cómo percibe el trabajo conjunto por la Amazonia?
Creo que estamos en una situación de riesgo.
Muchos ciudadanos todavía no caen en cuenta de que en el momento en que
desaparece un ecosistema o que se debilitan sus funciones, es el ser
humano el que está en peligro. Si no hay agua, no hay ser humano.
Tampoco va a haber seguridad alimentaria y las comunidades más
vulnerables serán las más afectadas.
Entre las naciones andino-amazónicas hay una
responsabilidad enorme. El gran tema es que si se tienen unas políticas
públicas en Colombia que contradicen totalmente las de Brasil o Ecuador,
va a haber afectaciones.
El ecosistema no reconoce las fronteras. Hay
que trabajar en una visión común. No se necesitan tomar grandes medidas
de política pública regional, porque es complicado, sino compartir la
visión.
El crecimiento de las economías
latinoamericanas lo ha impulsado en gran parte las industrias
extractivas y minero-energéticas, ¿cómo apostarle a ellas sin que el
costo sea letal para los territorios?
El tema no es si se hace o no explotación. La
extracción de petróleo y de mineral es clave para las industrias y se
está dando en lugares frágiles. Hay que decidir en dónde conviene
extraer para que no afecte a los recursos naturales renovables, que son
básicamente agua y biodiversidad. Y ese potencial sí existe en América
Latina. No tenemos que barrer con nuestro territorio y destruir los
ecosistemas, porque ahí hay otro potencial económico.
De qué sirve tener grandes ganancias por la
extracción minera si la población no tiene qué comer. Porque el dinero
ganado con esta actividad va a servir para importar durante un tiempo la
comida, pero luego qué pasa. Nos quedaríamos sin pan y pedazo.
Hay que trabajar con los que deciden la
política pública para que haya una planificación del uso del suelo, y en
eso estamos débiles en todos los países de la región.
Eso será clave para ecosistemas como los
páramos. Los hemos agredido, sin reconocer que son las fábricas de agua
más importantes. Tenemos que reparar el daño que le hemos hecho y
legislar para protegerlos, y recuperar esos suelos.
Desde este panorama, ¿cómo replantear el modelo energético?
América Latina tiene que dar un paso a las
energías renovables, porque el potencial de estas es extremadamente
grande. Ya no se pueden utilizar los argumentos del pasado de decir que
es más costoso, que no puede hacerse a gran escala o que es difícil
conectarlas a los sistemas nacionales. Ya las tecnologías han avanzado.
Esos son mitos que se argüían en la década
pasada, pero ahora el inversor de energía no tiene argumentos para decir
que debe seguir con los fósiles. Si seguimos con el mismo ritmo de este
tipo de energías, estamos cavando nuestra propia tumba. Ya hay algunas
iniciativas, en Chile con un megaproyecto de energía solar y en
Venezuela otro grande de energía eólica.
Hace poco publicaron un informe que
documenta distintos casos de conflictividad ambiental. ¿Cómo evalúa la
manera como se están dando y solucionando estos conflictos en el
continente?
Estoy absolutamente convencida de que en
Latinoamérica somos maestros para crear problemas y un desastre para
enmendarlos. Y no siempre se trata de solucionarlos, hay algunos que
necesitan entenderse. Muchas veces estos conflictos surgen por abuso de
poder, por las ambiciones ilimitadas a sacar el máximo provecho de los
recursos, sin considerar la responsabilidad con las próximas
generaciones.
Tenemos que entender cuáles son las
condiciones que generan conflicto y empezar a trabajar cuando sale el
humo, no cuando ya hay fuego. Así es más costoso y difícil. El liderazgo
no es solo del gobierno, sino que también está en la comunidad
indígena, en los representantes locales. Hay que entender que es una
tarea de todos. La médula de ese entendimiento es el diálogo.
El Fondo Mundial para la Naturaleza es
una de las organizaciones no gubernamentales con mayor presencia en el
mundo. En un rastreo global, ¿cuáles son los puntos y sectores más
críticos?
Una de las grandes amenazas es la
sobreexplotación de pesca. Pero también se ve un vínculo entre los
productores y los consumidores. Cada vez el mercado les exige a las
industrias que sus productos hayan pasado por procesos certificados. Los
consumidores exigen que se haga bajo principios sustentables la pesca,
la extracción de madera, la ganadería.
Con expectativa se esperan las cumbres
para hablar de cambio climático, se presentan informes que alarman,
pero en ocasiones pocos son los cambios que perciben los ciudadanos, ¿en
qué se está fallando?
Cada una de las conferencias tiene
expectativas particulares. Creo que no en todas se ha avanzado, porque
en su interior se han infiltrado intereses de tipo político, tanto
partidistas como económicos, que no permiten que se avance de la manera
que quisiéramos.
Lo que creo es que la población sí le está
diciendo a sus dirigentes que no sean irresponsables, y eso es
importante, porque son los ciudadanos los que votan, los que legitiman a
los gobiernos.
Sin embargo, muchas veces no somos justos en
reconocer los logros. Por ejemplo, en Estados Unidos la legislación
nacional ha sido muy lenta, pero en el nivel provincial como en
California y en el noreste se han logrado grandes cambios, incluso tan
valiosos como si los hubiera acogido todo el país.
Ya lleva más de tres décadas en el trabajo ambiental. ¿Qué ha cambiado del activismo de los años 70 al siglo XXI?
Hacia finales de 1970 no había ninguna
conciencia de conservación, ahí íbamos a las raíces de los problemas a
poner en evidencia delante de los gobiernos la importancia de regular
los agroquímicos, por ejemplo. Ahora, construimos alianzas con privados y
gobiernos, aprendemos de otras experiencias globales.
Aprender del planeta en historia y geografía
Yolanda Kakabadse, presidenta del Fondo
Mundial para la Naturaleza, aseguró que los cambios individuales también
dependen de la educación ambiental. Para ella, esta depende tanto de
las políticas públicas como del día a día en clase. “Ya se ve en muchos
colegios y escuelas que maestros empiezan a generar el interés por el
cuidado del planeta”. Sin embargo, advierte que la educación ambiental
no se debe entender como una materia separada, sino como parte de
geografía, de historia, de castellano. “¿Por qué tenemos que aprender el
sujeto y el predicado con una frase como la ‘casa es verde’, si podemos
decir ‘la mantarraya es una animal propio de la Amazonia’ ”,
ejemplarizó la experta.
LAURA BETANCUR ALARCÓN
Para EL TIEMPO
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